Reflexiones e inflexiones

Las luchas sociales en los institutos de los años ochenta estaban en continua efervescencia, habíamos sido educados en contextos adversos a la libertad de expresión y el pañuelo palestino formaba parte de la ecografía de la indumentaria de los que creíamos que el mundo aún podía cambiar hacia la concordia.
Recuerdo las huelgas estudiantiles y el nacimiento del derecho a la libertad sexual que resplandecía como un diamante a punto de eclosionar.
Mucho ha cambiado el panorama, con una transformación tan veloz que ya nadie recuerda vivir sin móvil.
Nuestras convocatorias se gestaban a través de la televisión o de las cartas o de esos teléfonos anclados a paredes.
Ayer, observé los nuevos pañuelos donde todo es fotografiado, grabado y versionado.
La estética impera a los viejos lobos de mar que rechazamos las guerras, en un paraíso donde el problema sigue siendo el mismo que hace décadas, un sistema global que se sustenta en la economía bélica con actores más erosionados y una guerra que sigue alimentándose de la juventud, como si fuera una nueva publicación en redes, y resulta la lacra más antigua del mundo.

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