El anzuelo

Fitipaldis sin Tito y en búsqueda constante de tita,

era lo que se denominaba un pescador de mallas,

con una gran experiencia en sebo ya o cebo

según amaneciera la palabra,

Fitipaldis tocaba una campanilla

y con maña, insertaba su gusano en la ganzúa.

Para deleite de los espectadores

era capaz de ser psicólogo o médium

con tal de que la presa escamosa 

acabara en su cesta-catre.

Horas de silencio en su barca,

migas de pan flotando en la superficie,

técnicas amatorias 

infalibles que para cualquier salmón

en rías u horas bajas 

supondrían una muerte dulce.

El inconveniente es que no tienen un punto fijo,

la meta son todas,

todas las criaturas de los océanos.

De las piscifactorías.

De los acuarios.

Hasta los peces boquiabiertos 

en el obrador del Mercadona 

sirven al ego piscis 

de Fitipaldis.

Supongo que el mundo

es una agenda 

y las redes 

tienen la variedad más absoluta

del gremio de los besugos 

enamorados de las sardinas de Goya.

Imagen "Nostalgia" de René Magritte.





















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