Tritones y sirenas
Cuando un mes en su abismo planta
un cúmulo de días, rosarios de fiesta y guillotinas de colores,
una nota el desgaste de la armadura.
Qué parodia, esta membrana que late estrábica
y que tras las costillas esconde los nombres de ciudades y urinarios.
Con dinero todo es más fácil
puedes comprar un billete al infierno
pero jamás escribir con la inocencia de un niño.
Siempre he creído que la rotura nos hace invencibles
como médicos que salvan vidas o que tristemente las pierden
sobre el lecho de rosas de un quirófano.
Pides a gritos el desfibrilador,
la máquina que con su agudeza atraviesa las sábanas quirúrgicas,
los enfermeros acariciando la piel de un fruto prohibido.
Se te muere alguien, y te levantas con la música de un rapero goloso,
porque tu corazón yace en la lejanía de las gaviotas.
El destornillador clavado en el bazo.
El cuerpo luchando a león o a liebre.
Eres única dentro de tu especie de lupa.
Glorificada muerta que cambia reptil para beber del rocío de las hojas.
Combatiente de los pomos, de los cardenales y la pesadumbre.
De los que expulsados de la estadística
sueñan con poder sentir algún día.
Y envidian las trituradoras porque ellas cuando te destrozan
sienten más que tú, marioneta del desguace.
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