Temores
Las murallas fueron demonizadas en cartuchos de piedra.
Para vivir con una angustia extraña, un abrevadero de desazón y flatulencias.
Nos convertimos en ecos,
con la sonrisa en un veto de almatruces para colmar ese no sé qué,
que nombran los entendidos y que pesa pocos gramos.
Qué hemos hecho de nuestro ayer, cuajo de sombras,
en un marco incomparable a la luz del que gira el cuello,
hacia el miedo de lavar la manos.
Extinción de los olores de las especies,
de las caricias de niñez aérea, del saludo, del trato mecenas al beso.
Ahora, salgo a la calle y el trabajo es una cigüeña
y la gente pasea por los supermercados como acróbatas en pistas de hielo.
Añoranza de la lengua de tu boca, la vertical,
el poder respirar lo suficiente sin el pavor a portar un virus
que nos ha matado
y nos ha convertido
en sedientos en mitad de un coto privado de casa.
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