Oda al francotirador

Juzgo el anhelo de que nadie te haga sentir
como los huesos de un pollo que ha comido un animal.
Roturas de sílabas con la piel expulsando las caricias.
Sí, rezo cada noche.
Para que este sucedido jamás ocurra.
Y no observes el pellejo sin el pilar de una promesa
y los filamentos con la sequedad de las matas.
Poca gente, sabe, que es la demolición de un combatiente,
aferrado a un precipicio
escucha la jauría cercando a la sombra
de su fusilamiento. Collage de las esperanzas
en un ritual para que bajo un sol de gránulo
vayas sintiendo que tu cuerpo
se transforma en un pájaro de raquitismo.
La voz no canta,
se quiebra el bastión que sostenía el hogar
y los perros te consumen
entre vinagretas y piedras gallinas.
Una vez muerto el amor, que resta
más que una hojarasca y la mendicidad
del que te mata hueso a hueso
hasta descubrir el oficio que robó la sangre.
En mis heridas sólo nace este ruego.
Porque tú (en mi lugar) caerías al vacío

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