Iceberg

Existe un frío que quema, una cerilla dentro del insomnio. 

Un niño que ha caído en el agua con una palabra que no amanece en la boca. 

Expuesta al iceberg, muchas madrugadas con el temblor 

por esa nieve que te raspaba los huesos, 

los brazos rodeaban las piernas en un acto de fe, 

de notar el hervido de una caricia, 

de una sombra que te protegía en un envoltorio de papel burbuja. 

En medio de la noche me levantaba del linchamiento 

y me abrigaba con un viejo anorak. 

El alcohol hacía meses que no ardía por dentro como un vino de hipoteca, 

y sólo el peso de un ropaje absurdo, igual que una ola "storni", 

me daba la falsa serenidad de un abrazo. 

Cuando los ojos se cerraban por el helor del vacío 

y un ejército de tierra que ocultaba la obligación a creer que no existe el abandono.

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