Vaivén

Tengo en mi vientre una isla
que deshabitado guante
cobija la población en su entraña.
Y esta noche me duele de vacío.
Del recuerdo que tiende a crecer
y a convertirse en hombres y mujeres.
Apenas de balbuceos a gritos.
De cerro a ciempiés el km/h.

Existen en esta franja de barro,
palmeras y cunas de madera de teca.
Monos de trabajo y silencios
de insectos que con sus mandíbulas
dibujan costas de dientes.

Algunos le llaman remordimiento.
Otros lo denominan el expolio del que no supo
detener a los colonizadores
que impusieron su espada a esta matriz
de liebre, muerta de miedo.

Madre, qué bello nombre para esta ínsula
que flota y se sumerge con el gris
del mareo cíclico, porque una debería
ser dios, GPRS, microchip y habitar
en todas partes y hacer el milagro lácteo.
Y parir en quirófano
con póster de niños azules.
Y achicar a nuestros hijos.
Y aumentar a nuestra madre.
De este imperativo de ser más en el solo día.

La guerra que no supe ganar.
Las movilizaciones con la pretensión
de cubrir de cemento este útero.
De sentir las piernas amputadas.
De amar sin remedio con la sutura.
En esta casa de los fantasmas
que paren cada día
y yo soy
su matrona de niños que huelen
a arroz con leche.

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