Viernes esTREmeCE.

"la retina tiene alrededor de cinco millones de conos receptores que son responsables de la visión a color"

En la algarabía de las túnicas,

con la tizna del primate, constelación de gente-viernes;
y la luna llena, vacía antes de que la luz se largara
de copas, en la trayectoria de un impacto.

Una figura poética.

Tus ojos.
Tus ojos.
Mis ojos.
Los ojos.
Mil ojos.
De los arcanos, de la relatividad de Einstein, del oráculo de Delfos.
La cámara disparada,
retrato de La Gioconda en fogueo continuo.

Flash-pólvora y el atentado de una plaza

que destruyó cada uno de los edificios con la retina.
Tus ojos y mis ojos,
espejo,
intercambio,
entrar en el submundo.

El francotirador lanza un misil que acaba de destruir un poblado en Siria

atravesando mi cerebro
con colores no inventados,
cuellos de cisnes rotos.
Tus ojos.

Pálida piel de ocas muertas a mi alrededor.

Pobre rostro encharcado de Ofelia de saldo
henchida por el agua-ocelote de difunta
con el intercambio de las miradas
en una bomba anatómica: Bojom, bojom.
La coincidencia del serrucho del tiempo
donde un segundo puede en histograma
ser la onda expansiva y taladrar la mollera.
hasta el infinito.

Con tu cara que, también, se enyesó con el maquillaje 
de la cal, 

como un mimo de escuela vestido de hombre.

Tres millones de ojos.

Ojo círculo.
Ojo celiaco.
Ojo rojo.
Ojo cosido.
Ojo por ojo.
Ojo turbio.
Ojo de tigre.

Facciones entrecruzadas 

y la gente desangrándose alrededor de esta guerra
con niños pidiendo pan
y mujeres lisiadas.

El tiro certero en la diana,

como un asesino de tardes que no pedían registro ante notario.

Tal vez, antes de caer fulminada 
en el suelo por tu balazo

del que mira fotos de exilio
mientras se hurga la nariz.

¿La comunicación entra en la escatología del ojo?


Un millón y treinta y cinco germinaciones

de nervio óptico
con el cadáver rebotando contra el suelo
mientras caminaba hacia el refugio que ha pintado de amarillo mi iris.

En medio del mercado

sacaste la pistola
y témpano apuntaste al entrecejo
con la hidrofálica poesía
sin una gota de sangre que activara el corazón.

Ojos de pluma de pavo.

La anorexia de un anuncio de Kelvin
con un rótulo en calle estrechas.

Mientras la corriente me arrastraba hacia la calle Mayor

y la espalda siguió recibiendo la ráfaga.

Porque de amor no vale la pena morir.

Diente por diente.








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