Beata lágrima de Baco.

Recuerdo
el habitáculo con tonos azulados
en un aquelarre de suelo, esquinas
y pasadores brillantes;
y a las niñas sentadas
sobre un banco de madera, sin respaldo.

Ahora todo el color era nogal
y un barniz seco envolvía las pieles
enceradas.

La monja abría una cortina:

-La siguiente.

Era mi turno, en esa encrucijada
de olor a desinfectante
y algodones obesos.

Me reclinaba como en un sacrificio
de Pascua, y empezaba a cantar
mientras la aguja pinchaba
vía intramuscular
las desgracias que me aguardaban lobas
tras la verja.

Las religiosas, quisieron hablar con mi madre,
y previa sesión de espiritismo
le confirmaron
que tenía el don:

El problema es que mi madre
nunca acudió a la cita.

Y yo de camino a casa.
en la solitaria infancia de estaño,
siempre tuve al demonio
acechando.




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