Carpas negras
I
Ella
se
m
u
e
r
e.
II
El Triángulo de las Bermudas
con tres vértices
felinos.
III
El cuadrilátero
y ningún boxeador dentro.
IV
Cuando ella regurgita
y noto su contracción desesperada,
veo en su contorno
el puma dormido de la selva.
Ella se muere.
Tal vez le queden unas pocas lunas
en su noche, jamás meses en el ojo de gato,
que se niega a admitir la ley del desahucio de la existencia.
Luego, después del vómito tartamudo
se abandona sobre mi colcha
y moviendo la cola
dibuja el cuadrilátero
y ningún boxeador dentro
Se muere y ella no lo sabe.
O quizás sí.
El misterio de los seres vivos
y las fatalidades urbanas.
Cuando desfallece y expulsa la comida,
me convierto en una niña de cuatro años.
Revivo a mi padre
en su lecho de muerte.
sin la detención del vómito,
nudo continuo de garganta,
que ya no hablaba.
Con la gente lila que de un lado para otro
preparando
la ropa de luto.
Su cuerpo sin vigor
que se escondía en sí mismo;
como una caracol que sabe o no sabe
hacia donde se arrastra.
Recuerdo a mi padre en su flaqueza.
Luego silencios.
Y escuchar las campanas
de la iglesia anunciando
su entierro.
Así me despedí de mi padre.
De lejos, a los pies de la cama, viendo como echaba la vida
por las entrañas.
Lo suficiente lejos para no comprender nada.
Del misterio del Triángulo de las Bermudas
con tres vértices felinos,
el por qué ella se muere conmigo.
Ella
se
m
u
e
r
e.
II
El Triángulo de las Bermudas
con tres vértices
felinos.
III
El cuadrilátero
y ningún boxeador dentro.
IV
Cuando ella regurgita
y noto su contracción desesperada,
veo en su contorno
el puma dormido de la selva.
Ella se muere.
Tal vez le queden unas pocas lunas
en su noche, jamás meses en el ojo de gato,
que se niega a admitir la ley del desahucio de la existencia.
Luego, después del vómito tartamudo
se abandona sobre mi colcha
y moviendo la cola
dibuja el cuadrilátero
y ningún boxeador dentro
Se muere y ella no lo sabe.
O quizás sí.
El misterio de los seres vivos
y las fatalidades urbanas.
Cuando desfallece y expulsa la comida,
me convierto en una niña de cuatro años.
Revivo a mi padre
en su lecho de muerte.
sin la detención del vómito,
nudo continuo de garganta,
que ya no hablaba.
Con la gente lila que de un lado para otro
preparando
la ropa de luto.
Su cuerpo sin vigor
que se escondía en sí mismo;
como una caracol que sabe o no sabe
hacia donde se arrastra.
Recuerdo a mi padre en su flaqueza.
Luego silencios.
Y escuchar las campanas
de la iglesia anunciando
su entierro.
Así me despedí de mi padre.
De lejos, a los pies de la cama, viendo como echaba la vida
por las entrañas.
Lo suficiente lejos para no comprender nada.
Del misterio del Triángulo de las Bermudas
con tres vértices felinos,
el por qué ella se muere conmigo.
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