Valoración de los hechos, absolución sin cargos de conciencia

Señora 
he pecado,
he acudido a una cita
sin duchar  ni peinar;
con la ropa que durmió mi cuerpo;
ojeras con sombras
semejante a una panda
y sí, he pecado.

He pecado, señora,
usé gafas de sol en un local en penumbra,
no pagué el desayuno
y no llevaba ni intención de hacerlo,
fingí un descuido y apestaba a fritanga;
mirando el reloj, en innumerables veces,
acabé sentada en la tapa de un retrete
durante quince minutos,
mientras Valencia era una fiesta fallera
y yo calculaba el volumen
del embaldosado.

He pecado.

Y no fui valiente
después de la recepción de un mensaje,
en que le había causado muy buena impresión.

De decir la verdad
de que esta maldita dicotomía
me impide mirar otro futuro.

Pero, en un propósito de enmienda
después de un largo silencio,
y un hombre que hablaba todos los días solo.

Arrepentida le confesé, al ilustrador de acuarela,
que la culpa era toda mía.

Y que estoy metida en un barco
del que es muy difícil salir
y cada pasillo se convierte en un oleoducto
que acaba en Montreal.

Pecadora rata con la pena de color queso.


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