El efecto invernadero de la primavera.
I
Sobre la piedra colocada
la autopsia
dejó florecer de mi pecho
con fisura la granada
dejando todos sus dientes
al descubierto.
II
He resucitado.
Oid las campanas,
el aleteo de las revistas de moda,
las aspiradoras que ahogan
su estómago con el ácaro
de las cosas.
He resucitado.
Dentro de este dolor inhabitable,
dejo de ser gusano, cordel de cortina vieja,
voy saliendo de esta salamandra piel,
del guante que ha supuesto un amparo,
estoy descosiendo las costuras
para ser libre de nuevo,
y que mis ojos vean más allá de las caracolas de sus despojos marítimos,
rompiendo los hilos títeres,
sacando su mano de mi espalda,
estoy metamórfosica de cadáver para ser vida.
He resucitado,
y mis rodillas lo saben.
III
Voy
a dar un voto de confianza
a mi desconsuelo y a la luz que procede del Turia.
Voy
a dar un consejo;
soy rauda en mi destino,
nómada
y malabar onírica.
Qué sepa, que daré puntada a esta oportunidad.
He sido absuelta
de cargo involuntario,
de esta carga de vacío evacuado.
Voy a ser franca,
soy una mercenaria vagabunda,
asesina de serie,
y a la mínima que haga y deshaga,
seccionaré la palabra esdrújula
en monosílabos.
Con el idioma yugular
de la insolencia.
La culpa la tuvo
un paquete de compresas
con vistas desde una taza.
Si se lo propone
y sabe ser lo suficientemente grulla
para guardar el equilibrio.
Me acaba de recoger
después de mi propio parto.
He vuelto a renacer.
Y necesito manos
que me abriguen el alma.
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