El beso de magdalena.

Sí, Freud
¿dónde estás esta noche,
en que cada estrella parece
precipitarse por el parkinson,
sobre la silla de ruedas de mi congoja?

Recuerdo la disposición de una plaza libre

entre mis órganos.

Sentía las ansias de aparcar 
algún alimento que taponara la voz
que me mataba de pena.

Salía corriendo
y llenaba un plato con viandas;

todavía según que manjares
me recuerdan y sacian de la marcha:
canela de abuela,
manteca de Xisco,
albóndigas de madre
y la sonrisa calle de los niños concha.

Lloraba salvado, centeno, avena.

Nunca estaba satisfecho,
ansioso intestino de cien patas.
Pero él no tenía hambre.

Cohabitaba entre paredes 

la bulimia soledad.



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