Barbarie

Has nacido con la tara 

de observar desde el patíbulo 

la sierra cigarral del planeta.


Cierras los párpados 

y puedes escuchar el arrastre de los muertos 

y oler el hierro que ulula 

por la ropa de una niña.


Te aferras a la noche bajo la hipnosis

de una copa 

de árboles hundidos en el arsénico 

y piensas que, en este momento de picadura,

ha volado, por los aires,

el átomo-cemento de una casa.


Las palabras, 

que existieron en las bocas,

que habitaron su cal;

flanquean las nubes 

y manchan la piel de los poetas  

que aprendieron del castigo:

contra la pared, 

con el ejercicio

de un tejido sobre los ojos.


Si una palabra bastara para detener la barbarie,

tal vez, el sacrificio 

-de aquellos que en las acequias duermen sempiternos-

no hubiera sido en balde.

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