HEMOFILIA
A veces tienes la sensibilidad
de una pulga
en un perro de plástico.
Y te aferras a una piel vinílica
que jamás derramará, por ti, una lágrima.
Te quedas pasmada, como diría Lope,
y te miran desde la lejanía los tronos ocultos
de la hipocresía.
Tanto aniverso y expolio
al mutante gel
con que nos embadurnamos las manos.
Qué tristeza la de ser una pulga,
una pulga enamorada de un maniquí
en un centro comercial,
que es vegetariana y, además,
no contempla la liturgia de pertenecer a la plaga.
Bebo mi elixir descafeinado
y transpiro en la cristalina ojeriza
de un reclamo sin dueño.
Y como solo ardo, padezco esta gastritis
mantecosa
de rediles que levantan la cola del vestido
a la reina, a las princesas de la corte,
a las que inmortalizan con sus encuadres pictóricos
estampas de humo.
Ser orgullosa y pulga
significa que te miran con la espalda de los ojos,
que no pregonan tu palabra infesta,
porque me quedo con la voz de la gente,
y no de esta endogamia
de primos con primas, números antidemocráticos y enseres
de esta calabaza, de la okupa
que reside en palacio frente al escarnio y la indiferencia
en un mundo de pulgas sobre el caballo del rey.
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