Cuando los sapos bailen flamenco

Los flamencos rosas han llegado a la albufera,

síntoma inequívoco de la sal en su útero.

Pajarera de agua dulce que se trasladará 

al reducto infranqueable

de un charco, con la pantomima 

de parecer un corazón en la tierra.

Siempre la pluma más indestructible

azota palmera al ser más desvalido,

desvalido de carga, 

de depósito de combustible, 

de hoja clorada de 75 gramos

y un folleto con el contorsionismo

de las publicaciones de nácar y salubre.

De qué sirve que el todo tenga su jaque, 

la persiana de los hogares inciertos, 

el amor del color rosa ceniza, 

si te miro y no te reconozco, 

de aquel fuego que en tu lengua ardía 

y hoy me somete al axioma de los flamencos, 

famélicos goces alados, 

a este control que ejerces en nombre

del buen samaritano.

Pluma deshilachada, que conoce la teoría 

de la zancuda y el exterminio 

del animal más fuerte.

Si soy más fuerte que tú.

Si valgo más que tú.

Si continúa la belleza intacta 

del marcapasos de la marisma.

Qué haces tratando a mi delirio 

como una grieta de estanqueidad.

Déjame de una vez, por favor, 

y naranjo florece tu prurito en otra laguna.


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