Adiós Perry
Yo sé que mi corazón se quebró
como un cabello en manos de un estilista
cuando encontraron a Perry
sumergido en formol.
El trauma de los cincuenta
que sentimos la piel de un estudiante en la Sorbona,
pero nuestras arterias, que sufrieron
el letargo del ácido de los ochenta,
no son más que tuberías de cobre
que taponan el canal al bombeo.
Sí, la certeza de querer que un período de mi letargo
no hubiese existido, la percepción de este dolor
de morsa, los gigantes en que se han convertido mis hijos,
aceptando que no hay vuelta atrás
con la renuncia al chantaje que no supone amor,
sino la estrategia de las estrellas suicidas.
Ya no son niños de pañales y biberones,
conocen el moho y lo distinguen,
igual que el amor que nunca fue amor,
de este hombre que compartió el ascensor
a un piso en un hospital de fronteras.
Así que cercana, la puta Navidad,
debo admitir que no soy una libélula,
ni una bola de cristal con forma de casita
colgada
de un árbol inexistente.
Aprende a decir NO, a quererte
y deja que las grapas perforen otros lares.
Deja de cruzar la autopista que dispone
un destino de obras eternas y cree, y crece, y fuma
esta tabaco molido de esperanza
a que sean los que de verdad establecen el cálculo
de un jacuzzi que detuvo el paso del reloj.
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