Salvar al mundo. Solidaridad con el pueblo marroquí.
Has arrebatado un corazón
y entre los dedos estambres,
lo has agitado con tanta vehemencia
que un fragmento de la tierra
se ha roto.
Al planeta le duele,
le duele los sismos
que igual que una puerta de torno
se traga al niño sin nombre.
La gota de vinagre
sobre el pétalo de las tuberías.
Una sacudida sin escrúpulos
para derrumbar el techo
de los que caminaban por las calles púrpuras.
Te imaginas la economía del bienestar.
El edificio donde moras
como una cúpula sagrada
que protege a las larvas
de los incidentes naturales.
Y te cercioras que en este asfalto
nada se ha movido del propósito
de la decoración urbanita.
La pena sigue su curso.
Los semáforos dudan con el cromo
de su trayectoria, pero sabes que el azar
es una metástasis de los continentes
con personas sin hogar,
con guerras no resueltas,
con la ingobernabilidad de los virus
y los goteos.
Te quedas mirando el movimiento paradójico
del tiempo con su terremoto
imperceptible.
Y sabes que por mucha bolsa,
estudio de mercado, financieras
y Citalopram, la verdad cae y revienta y mata
y nadie está a salvo de la fragilidad.
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