Acquaroni

En ocasiones, sobreviene la paz, 

esa calma que escasea 

en su búsqueda floral entre los adoquines.


Paraíso dominicano

de leer un buen libro de poesía 

mientras paralizo a mi ansia

con bizcochos de chocolate,

rellenos de gelatina de fresón.


Yo, también, sé lo que es una cierva,

un cuadrúpedo extraviado en la tundra

que remueve la nieve

para mitigar la voracidad.

El puñado de hierbas ocres

que se semejan a las cuatro palabras 

en boca 

del amante 

que te abandonó entre la muchedumbre

de coches locos

con faros halógenos

y conductores de cartulina.

Sé, muy bien, de la desesperación 

entre los árboles oscuros

para descubrir la luz arroyo 

de la falsedad amatoria.

Yo que soy la cierva número diecinueve,

escafandra de cuero y picotazos,

que desfallece por el cabrón de turno 

y no entiende del mestizaje, 

cornudo exponente

en este camino borrado por los copos

con la hilera de un automóvil niño 

que pita su claxon

antes de atropellar a la mujer cerbatana.




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