Rain Campos
El día que falleció María Teresa Campos, sé que a mi madre la pilló en plena calle un chaparrón de septiembre.
Llovía a cántaros, y ya arrastraba desde la supresión del Sálvame de Luxe, cierta apatía procedente de una ira reposada.
Ante el cambio de parrilla televisiva, mi madre, adepta a los programas subversivos, exclamó:
-¿Y ahora qué haremos los viejos en España?
Desconozco si esos saraos beneficiaban a la demencia senil o contribuían a toda clase de ejercicios de memoria, cálculo y diversificación.
Por eso, el día que María Teresa, dejó de ser luz de pantalla, mi madre tuvo un fuerte ataque de nervios.
Fue como si David Bowie, hubiera muerto dos veces, y ni por asomo pensé en conversar con ella el tema de la ausencia de una mujer que no tenía hueso en la lengua, y que significó para muchos hogares una ventana de aire fresco de vodevil y periodistas adictos a la adrenalina.
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