Desmayo antes de la caída

Vivimos en una sociedad que tiende a politizar cualquier devaneo o debate. Publicas un libro y aparece ese daltonismo del que te pone una etiqueta, a veces su lectura no procede de valores extraños sino de las propias casas que hornean los libros en busca de la palabra clave para situarte en un lado u otro y así vender más.

Yo no escribo de ideologías, yo escribo de humanidad, de la gente con su destripamiento metafísico o de carnes magras.

No pretendo ser un estandarte para la inclusión en un cuenco, con ni siquiera haber dispuesto el tiempo oportuno de haber leído mis pequeños monstruos paginados, 

porque es más fácil caer en los formalismos del lenguaje con esas tremendas denominaciones amorfas de géneros con movimiento.

Cuando alguien no sabe el nombre de una fruta, la calidad o la cantidad, el trabajo o la desidia tiende a generalizar una obra en un palco y así uno confiesa lo que lleva dentro, porque no me gustan los extremos, ni que los colores se usen como capas o paletillas.

Escribo de humanidad, de partículas con la función de letras que arrojadas pueden ser la sal que cura las heridas, pero hay quien las toma y las lanza a los ojos; o te trata como si fuera un primer libro editado dando golpes a la espalda. 

Y una está cansada de parecer la Barbie poeta en desuso con cuerpo de Nancy. Sí, de que algunos en el mundo se amparen en un escenario y que se politice absolutamente todo, sin haber leído un triste verso escrito en un sofá a las tres de la madrugada.







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