Helechos y hienas
Lo más triste de vivir sin amor es la tristeza.
Indiferencia avellana
que sombrea la superficie-reflejo de la vanidad.
No estar enojada ni ternera.
Lanzarse al desagüe
en busca del latido homogéneo
y mirar el calendario como un matarife
de la carnicería.
Arañas sobrevuelan todo aquello
que el amor implica, pero ellas mismas
se embalsaman
ante la atroz negrura
que repinta la repisa del mueble bar.
No recuerdo, el latiguillo
que suponía tu cara ni la cita o el acongojo.
Todo viraba con la rotación planetaria,
las plantas deslenguadas crujían
y yo tenía planes y proyectos
de como iba a censurar
mi camino para que el Olimpo
concediera el milagro de la aceituna.
Ahora reniego de una serie de abonos,
no hay nada de brasa ni gota de gasolina
que pueda hacer que vuelva a creer
en la esperanza.
Me quedo con mi gorra rojiza
y lleno los depósitos en esta estación de servicio.
¿Volveré a sentir aquello que el poeta clama?
Ahora estoy vacía, igual que una sepia
de mostrador en la lonja.
Desahuciada, con la tristeza tentáculo
de morir sin más.
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