Calabruux
Tal vez, fue una penitencia
la revuelta que protagonizó el granizo.
A caballo entre la lluvia y la nieve.
En mitad de la prosa y de la poesía.
Se ensañó con el público
e hizo de la chapa un sayo.
No hubo luna que soportara el impacto
ni árbol protector
que roto se expropiara en un otoño ficticio.
Sí, ya sé, existen tantas odas a la llovizna
y tez nívea a diestro y siniestro.
Que era inevitable
ante el desplante y el ninguneo
que apropiarse del cielo
implicara una constelación de pedruscos.
La lapidación de los que subestimamos
a la naturaleza.
Con Carglass, sonriente de medio lado
y entero.
Quién está listo para lanzar la primera.
De negar lo poco que somos.
Gota de tormenta deseosa de ventisca
arremetiendo contra virus,
persianas y pavimentos.
Lo malo, es que siempre habrá una paloma muerta.
Un libro inacabado.
La planta golpeada con el escarnio
de los que no te ubican en ninguna casa
y quieren entrar
a pelotazo limpio.
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