Bastón

Cuando uno cree que encaramado al árbol 

está seguro, el vendaval

saca su redoble y te estampa

como un posavasos

entre la copa de un carajillo

y el dolor de vértebra.

Te crees que estás a salvo

pero al rebotar contra la tierra

te conviertes en un pobre caniche

de atropellos.

Las travesías más inútiles

se conspiran en objetos del deseo.

Quieres ir al supermercado

simplemente a mirar los ojos de la fruta

y convertida en granizo

sólo puedes sostener tu respuesta

con antiflamatorios y vendajes de oclusión.

Tu vocal prensada. Tu mal bien descapotable.

Y tú como un sereno de la noche más oscura.

Lázaro de ciudad 

sosteniendo mi divismo cojo

que no acojonante.

Tú, con la voluntad

de bajarme las estrellas

porque ahora eres quien me guía.

Y lava los platos.

Y calienta la cena.

Y busca la contraseña

de las compras de la web

con mi número de CTA.

Y te sostienes a mi irregular variante

de no poder andar 

y me preparas una humildad con Nesquik

mientras farfullas mi idolatría

a las madalenas 

que lloran el golpe. Y cómo no

a la poesía que da alas

desde una rave

a un salón de té.

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