Tuercas y fanfarria
Siempre he admirado el trabajo de los mecánicos,
con sus dedos tiznados, son pequeños dioses,
capaces de dar la vida a un artefacto.
Un amasijo.
Un metal con alas.
Ellos superan el papel de los poetas.
Nosotros, el plagio a la naturaleza,
copiamos lo que el ecosistema
nos dicta. Sismógrafos de las piedras.
Oyentes del mar.
Y traductores de más de mil lenguas de pájaro.
En cambio, el mecánico de la noche
aprieta la pieza hexagonal
y con líquidos varios, activa un corazón con ruedas.
Va de un lugar a otro. Viaja.
E inventa sueños de personas
con abrazos de verdad y paisajes.
Qué puedo ofrecer yo
con la verborrea del entorno.
Las estrellas no brillan.
Y los caminos andan inmóviles.
Pasé frente a un taller, y allí vi a un señor explicando a otro el entresijo de un amortiguador.
Y de repente, se me ocurrió la idea
de escribir una oda a su gremio.
A los reparadores de la chatarra.
Que fluyen.
Que unen.
Que visitan.
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