Tala

Los operarios han exterminado
el bosque guirnalda que abrazaba
a la escuela.

Cuando presencié
la marabunta de troncos paralíticos,
en desorden humano.

Una mierda de tristeza
invadió mi tórax

ante la tala de los árboles,
gigantes sin cabeza,
que en la noches de viento
esparcían su semilla
entre los coches de metal
los gatos
los contenidos de basura
la acera.

Desde su perspectiva
sus hojas parecían cascabeles
y su tez la cripta de viejos amores;
ahora silenciados por la mano mecánica
en una imagen de guerra.

Después observé su mal.
Estaban podridos
por un extraño virus himenóptero que copaba
la madera como una cerilla
en el agua.
Hubo que exterminar a la belleza
infectada que vivía dentro de nosotros.

La sombra no existe.



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