Hace mucho viento.
Paradójicamente la capacidad para estar solo es la condición para la capacidad de amar.
E. Fromm.
Esta noche la ropa en los tendederos
habla sin cesar, el viento
que fluye dentro de sus costuras
parece la lengua
de los niños nerviosos.
Con la plegable silla de mi espalda desguazo palabras,
como un mecano del trabajo a casa,
en la búsqueda de cristales de coche
con Garfield pegado con ventosas
Luego, en medio del gres,
veo la chica de brazo imperdible
esperando que acabe de hablar un adherido a su móvil
y al hombre con las manos en los bolsillos,
cola del paje
de una señora que no tiene zapatos y no anda descalza.
Son los litigios diarios,
estar en soledad impuesta
fortalece, los lastres van secándose
y libero elásticos que oprimían el sentido
de mi cuello hacia la medianoche.
Me tumbo en puñados de tierra
y aguardo,
igual que si fuera un pueblo
que seco ve la nube gorda de lluvia,
sin prisas, con grietas
que serán caminos,
y luego barrizales.
La ley del aire
y las dos cucharadas de azúcar matutinas
en el café con leche,
los arrumacos de la toalla
y contar el tiempo
que trascurre de un beso a otro beso
de la piel con la camisa.
Esta noche de vendaval
donde la luna se quitó su gabardina
y viaja circense
en todas las cuerdas que exhiben
las colchas de camas amantes,
el equilibrista calcetín se descuelga paracaidista,
y atónito al viento
quiere pronunciar en galés.
¿Por qué ignoras?
Sí,
las conversaciones,
espirituales de la ropa tendida,
y sus espectros
del retorno.
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