VEINTE MINUTOS.


Sin sirena
salen a deshora
sentadas
en un bordillo
pendientes más largos de la cuenta,
perilla
y un brillante
en la curva peligrosa
de una fosa nasal.

La muchachada
del centro comercial,
veinte minutos
de descanso
en un párquing
de bancos metálicos
apurando la última calada
bajo la solana
que huye del aire refrigerado
y la luz del topo,
unos en silencio
y otros,
como una servil espectadora,
buitres almorzando móvil.

Son los chicos
las chicas,
la gente chica,
que trabaja en las minas
de las urbes,
amontonan
ropa,
zapatos
y cada mes
es una campaña
sin más vida
que decorar los rincones
veinte minutos
al día
de un espacio temporal.

Jardineras vivientes
sacrificadas 
para el consumo
con más horas
y menos ingresos,
con el pago único
de ser libre
veinte minutos
por jornada.

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