Un caballo pelirrojo de mar.

I

Salió del maremoto
de las trizas de un barco de vapor
y su forma de arena
fue cobijo durante un tiempo
hasta que cambió de caracola.

Ya se sabe, al aumentar el dominio, uno no tiene el espacio justo
de los interiores áureos.

II

Volvió el mar, ese propio mar
que soy de mediterránea esencia,
cosmos de calma pero también desastre orbital,
y yo padecí, 
todos los pináculos estrellados,
todos los erizos, color petróleo,
todas las mordeduras de alimañas,
de ballena habitada dentro de mi propio estómago.

Pero, en ese instante, donde de nuevo
he lavado tu tez
preparada para el sacrificio.

He sentido que ya no soy el  astillero en pupila ilustrada,
donde tu desamor me dejó 
varada en la apatía,
qué miseria y tristeza de a-mar
que acabó siendo charco entre calizas,
a merced, de larvas, de oasis necroscópico.

Yo que moré en acantilados,
que navegué entre delfines muertos,
y fui el plantón de todas las bocas de marinos borrachos
en el fondo de un galeón hundido.

Vi como un hombre con sus propios brazos,
izó bandera, 
trasportando hasta el hueco de esporas rocosas,
el cáliz del estrecho: 
Atlántico y Mediterráneo;
mar con mar, oleaje de ojo zaino con piel de cordero.

Yo, que fui, por un amor la conversión caudal,
el escupitajo de brea,
el alquitrán sobre pájaro,
el rocío de ánfora,
agua caldosa, corrupta costra salubre.

III

Tenemos vistas en el restaurante de marisco
a los buques de guerra,
a la patera de esperanza polizón,
a la mancha detergente y a los desagües de hoteles de lujo.

IV

Mas la rissaga avistó orificios calcáreos,
salmorejo de penumbra de mujer faro
y me llenó de clorofila de las algas,
de todos los moluscos florales
que nacieron en ancla.

Embistió él, con oleaje
y sangró delirio sobre mi cuerpo,
para virar el agua: aséptica fosa 
y revivir,
resucitar,
renacer.
reverberar
la visión de una ahogada
que sintió la expulsión de parto
hacia las costas de marfil.

En el hueco lumbar hervían
las criaturas más hermosas del atlas,
la belleza inusitada de un cartógrafo rompiendo coral.

Sabed que no desespero en mi salvaje, foco torrente,
que regrese con sus manos
a cincelar la piedra 
en un mascarón de proa
abriendo vías a su sexo.

Mientras él recitaba:

   Tú no eres una sirena.
   Tú eres, Atlántida, de dos pechos turgentes
  que como dos islotes asisten mi lengua.

V

No volveré por ti Ulises a experimentar;
un año de neblina,
luto, metida en una lata de sardinas para gatos,
sin destinatario; la vida es así,
y el pirata, 
de palo sólo tienen el corazón.

Ven a mí.
Ven a mí,
Ven a mí.

Las gaviotas
cantaban.

No volveré amarte
escrito llevaban
las tortugas
en su máscara.











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