El formador de sales.

El halógeno número sesenta y siete parpadea
resistiendo a los fluorescentes 
que ganan la batalla a la bombilla
en esta cruzada nocturna 
desde el trabajo a una casa
que guarda suya un momento.

Y las primeras muestras de catálogos
vuelven librerías a los buzones;
eso al fin al cabo, es la dulce rutina,
llamada así por mi compadre Eloy.

La procesionaria de días
al cobijo de un mensual pináculo
que pincha pero duele
en una arruga diminuta mas
que se resiste al botox.

Dulce rutina
con sabor a borrasca,
embadurnando un cuerpo
con los primeros espasmos del frío.

Yo antes era demasiado yo,
ahora, lamparita de mesa de meses,
quiero ser para todos.

Enchufes felinos de colas blancas alimentando
a los focos gatos curiosos 
que olfatean la penumbra.

En el deslumbramiento 
que procede de hogares con más electrodomésticos
que gente.
Y en mi soledad de fantasmas
sentada delante de un ordenador de dudoso linaje,
bajo el flexo escribí el pasado:

Amar, querer, desear, abarcar, anhelar.

En este momento, me conformo y debo en cebra:

Estudiar, aprender, estudiar, aprender.

Mientras un anuncio en la televisión
con el mismo tic
del halógeno número sesenta y siete
se refleja en mi frente luciérnaga.

El amor no está hecho para esta poeta Le Corbusier.

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