Cañerías
El olor desvanecido que emana la tierra
de aquello que, en su herrumbre, amamos
y no nos pertenece.
¿Acaso el canje no tributa en exceso?
La sonrisa, el mohín de una boca,
la mano pequeña que amanece ciruela,
el pasado irreparable de un coche de subasta.
No, no nos pertenece.
Laguna en el transistor
del barro bélico en las entrañas:
calles exhaustas que nunca olvidarán
el humeral del averno.
Postureo infame de los que,
en casas con piscinas repletas de combustible,
sostienen la cerilla entre los dientes.
Pan duro que muta a rallado.
El caudal página que inunda la cocina
con la lluvia seca dando choques
contra los cristales.
No nos pertenece la ignominia
de los que osan salvar al mundo
y se limpian las manos del lodo,
la lengua, los bolsillos. Odas hemofílicas
de lo que formamos uña, sarna y espíritu,
con este cansancio de tren averiado,
buscando la escoria
como un cuerpo a la deriva
entre las cañas.
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