Sol-e-dado

Pediría un deseo, que esta noche 

dejaras la puerta entreabierta,

 y acostado cerca del rosal de aguadulce,

susurres el hechizo 

que espante este dolor de fuente.

Que fueras el vigía de aquella torre de naipes 

y ahuyentaras las mil marcas 

en que sé sabotear mi desdicha,

abanico relámpago,

en una nana ficticia de televisión,

de creer que la soledad con sus espuelas 

va a galope por el quiste 

que apilado asfixia

la mirada eco

de los que, en las noches de lluvia lejana, 

precisan del amparo:

la vera del verdugo que para los ciegos 

supone la esperanza del que 

no puede más con su vida 

y le añade, unas muletas, 

y le regala, un vestido 

y cose la cremallera en su costal 

del ruego. Qué fácil es aparcar 

para aquel que gana en la rifa.

Qué fácil, sí, apretar el pez 

y durante unos segundos fuera del agua 

apoderarse de una rancia divinidad

de dioses estériles.

Yo quisiera, en esta roto de sombra,

que guarecieras esta fractura,

pero te has ido imperativo 

y aquí yazco con la fiebre septentrional 

en un nudo de melancolía 

y dos dedos de ginebra.

Te dije "quédate" y te fuiste nieve veneno.




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