Paseo checo
Entre los adoquines de mármol
un resentimiento histórico se evidencia,
porque al pisar la piedra
una mano oculta te señala como a un enemigo.
La tarde dora mis hombros y el río Moldava
extasiado se entrega a los recreativos,
con la muchedumbre de turistas
del mundo que tropiezan
con las manos de toda la sangre vertida
por un puñado de barro
y un séquito de ángeles.
La picaresca juega un papel decisivo
en esta capital que estafa conversa
y sube el precio de un modo divisorio.
El guía nos explica que anochece
a las tres de la tarde en invierno
y yo me pregunto cómo crecen las flores,
sin coronilla, a la luz de las retinas.
Las abejas son mansas y se amalgaman
en los puestos callejeros
y en los desperdicios
de transeúntes saciados
de repostería checa.
Una ciudad que ha perdido su alma
con puestos que te masajean los pies por unas coronas
y la pupila de los cuidadores
de la afluencia con el tatuaje de la inquina
por hablar en inglés en un trato
de fulanas y fulanos.
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