Calle Nerudova

Una chica se ha desmoronado en la calle.

Su histrionismo se parece 

a la Piedad de Miguel Ángel,

con el móvil en sus manos 

cómo si fuera a convertirse,

por momentos, en granito de un rezo

resiliente de contrastes.

Una amistad abraza a la mujer 

con la intención 

de atrapar su elegía.


Un chico con el rostro de leche 

y el pelo descentrado, las envuelve en un coro.


Los tres son tiroteados por el plañido

que ha resultado tan ensordecedor,

que los espectadores de la milimétrica tragedia 

nos hemos compungido 

en una ruleta de suposiciones.

Qué extrañeza los obstáculos del idioma 

que en sufrimientos y duelos 

no necesitan traductores.

El dolor y la alegría forman parte de un nexo

 universal con una mirada hidrófuga 

a cualquier combate.




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