Averías
El tren lombriz se ha detenido,
en mitad del trayecto por una avería.
Primero nos hemos asustado como niños sordos
ante el primer sonido de su audífono.
Charla, suspiros y paciencia
hicieron del vagón un encuentro de gente
de distintas alturas.
Aquí nadie reniega de su estirpe.
Aquí el aire acondicionado nos recuerda
el frío secular de los extraviados.
Aquí la puerta está cerrada y la llave
es un botón de costura.
La chica de mi lado tiene un poco de ansiedad
y la calmo con cacahuetes de sustantivos.
La abuela y la nieta de la derecha están repletas
de flores silvestres
con un humor socarrón y la historia
de un pintauñas.
Luego otra chica con una camisa calada
de estilo ibicenco, me lee el pensamiento:
el próximo tren puede aterrizar en cualquier instante.
La soberbia no ha subido a este transporte ni la altanería,
ni siquiera el elitismo
de algunos revisores
o el personal de seguridad.
Luego, un hombre enigmático
compartía junto a un joven la detención
del tiempo.
El hombre sostenía un libro el cual usaba de excusa
para no entablar conversación.
No ha volteado ni una página.
En cambio, yo he leído entero un libro
de media poesía.
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