Maldita sea

El rostro afligido
que huye de la tarde
dónde el cielo troncha de parpadeo.
Cuerpos que respiran
bajo el asfalto de la urbe
con la finalidad de esperar 
una sirena, que borracha 
atrae el amarillo del impacto.
Nadie puede describir 
cómo se siente un niño 
qué sin explicación debe atravesar 
el edificio que fue una escuela.
La sordera de los que cantan 
para no perder la cordura 
y seguir caminando.
Abrigos que cubren 
igual que el glaciar la pesadumbre 
y un cansancio de apátridas.
Llorar con los pies.
A través de rutas y atajos.
Una taza de café, tal vez, sea el paraíso 
esta noche de gala, 
con luces sulfúricas
pintando el cuadro impresionista de la destrucción.
Un vaso de agua caliente 
para olvidar la gelidez  
del que construyó un hospital 
y de las amapolas que han hecho de sus ladrillos, la carroña de una excavadora.
Proseguir por las veredas 
con paradas de reclutamiento 
y niños en carritos plegables.
Como se plancha la fatiga.
Como se desdobla el jueves.
Creando un corredor del destierro.
Dónde un hogar de tres habitaciones y un baño
pueden simbolizar 
la tetraplejia del corazón, la capital de un ser,
paso a paso.
Con el haz de los árboles o escondidos 
en matrices de hierro.

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