De pequeña quería ser Wayne ("carro hacedor").

Los viejos pistoleros no tienen nada que hacer con sus proyectiles. 

Los limpian con ozono

y sacuden fuerte la recámara 

con el brillo de su estrella de plástico.

Aparecen en escena

con sus botas de tapas de recambios a cinco pesos

y pisan con garbo la arena del circo.

Glorias beatificadas

en el ruedo, con caravanas de galgos

y hoteles de bajo costo.

Caminan con la cadencia

de los pulpos

y escupen un atajo contra el pavimento,

para reverenciar su estatus.

Camisa cuadriculada.

Vaqueros de Mango. 

Y el revolver en el estuche

con la tensión eléctrica

de empuñar el abecedario

y liarla parda, a tiros con todos.

 


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