Ambrosía, mosto y vino.

Quisiera que este año hubiese sido una broma, una teleserie por temporadas

que acaba con el malo entre rejas y los buenos comiendo hamburguesas en un coche.

El año de la vulnerabilidad humana donde los gigantes son seres microscópicos

que mohosos van adhiriéndose a los sueños, a los viajes, a las manos que acarician a los trenes

y menguan las caras con lunas de tránsito.

Pienso en todos los profesionales que han hecho de la enseñanza y de la sanidad

un zepelín para un futuro que clama el retorno a una vida sencilla,

de menos plásticos y más tierra, mar y cielo.

Hace un año, que la familia celebró junta, el letargo del cáncer de mi madre. Ahora,

con la potencialidad de las sajaduras.

Comparto la fortuna de que no ocurra nada.

En este año que obtuve poemas, muerte y pan.

La distancia social contraindicada para el seso

que en esta ocasión como una mancha de petróleo

sacudió a todo un océano de casas.

Veo a los abuelos aislados desde el ventanal.

Como rodean sus terrazas en círculos para aminorar las dolencias.

Han perdido peso y por falta de actividad se han encorvado

como sarmientos de despedida.

Esta es la imagen de este año que no es más que la evidencia de nuestra fragilidad.

El amor por control remoto.

Os deseo salud, porque las saludes son las piernas que cruzan ríos y montañas.


 

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