Guindas

Cuando enfermaste
me di cuenta de la importancia
de tu personalidad en mi vida.
Y tenía, cómo ahora, un aro
de óxido que circunvalaba
mi triste corazón de poeta.

Ya sabes que soy un desastre,
me mancho al comer casi siempre.
Olvido de llaves.
Que no acierta la climatología
y me abrigo en exceso
o tiemblo a la salida del trabajo
por la noche
como un muelle con histeria.

Estoy siempre a tu vera.
Igual que una vieja canción de película.
Pero tú te metes raudo
en tu sarcófago de aluminio.
Te aislas y no tienes ni el más remoto gen
de empatía. Y me quedo torcida.
Y con cara de hueso y yema.
Con la boca abierta debajo del grifo.
Aguardando una lágrima de agua.
Y nada. Es un robótico trance
que aniquila mi fe.
Soldo mis heridas con plomo.
Levanto las ramas del camino.
Y acabo recostada con el mendigo duende
que creció en campos de ortigas.
Y sostiene mi pena.
Y te cambiaba fijo el cromo:.
De mirar a alguien
que no le interesa nada
y no es claro contigo.

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