Central-teo.


Las raíces padecen en el previo instante
de su oscuridad, con la coraza de vidrio
atendiendo la tizna,
con el cráneo de transparencias
en cúpula de sentimientos,
expuestas a la doble intencionalidad
de iluminar las ideas.

Luego en su rosca de abrazo
distanciándose de la lámpara
recoges la elíptica de todas las habitaciones
que has alumbrado durante tu vida.

En palabras incandescentes,
en motas,
en insectos de alas de papel cebolla.

El cuerpo araña, el objeto público
de insertar hasta el último momento
de vatio.

Tú y yo éramos eléctrica.
Éramos filamento,
y ahora alejados el fundido
visceral ya no sirve.

No sirve, para encender.
Para observar.

Se queda en un acto de postura
semi terráquea
este relámpago de Edison
que hormiguea
hasta el cerebro
en recambio, foco o foca.

Sabes, ya nada será como antes
ni las bombillas que se alimentaron
de nuestras desnudeces.



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