Jamás vuelvas a trenzar mi corazón.

Querido Detroit, demasiado tiempo en tierra de nadie,
para que en una encerrona matutina,
aparezcas con tu vástago a treinta minutos
de una analítica de seis tubos de sangre.

A medida que crecía mi entereza,
supe ver, que aquello no era mi circo,
no tenía que soportar un pequeño Voldemort
aterrorizando a mis tres perros negros.

La sierva está de vacaciones,
la secretaria personal ha dimitido,
cuelgan ahorcadas
todas las esperanzas de los melocotones.

Te llamé. Te dije, vete de mi vida,
no confundas que el ser buena persona
signifique que aún esté en nómina.

Y percibiste mis ojos
en un autobús que se marchaba,
felicitándote por lo que ahora ya no me interesa.

Detroit siempre quiso las luces de las Vegas,
y un niño no tiene la culpa de la rendición de Eva y Adán;
pero, una aprende que esos son las flores
germinadas por el polen. Frutas suicidas
comidas por otro.

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