Volveré.
Ser madre de palma
sólo implica la docilidad
ante el viento de la adversidad,
la poderosa rama de agujas
que trenzada quita la sed abanica
y trasporta cada uno de nuestras soledades
por este mar, de conchas gusanos
ola a cada golpe de estructura, picada arena
que me canta la esperanza que nunca se pierde.
Soy madre de estas muchachas lunas
que guardan pocos recuerdos metidos en una caja,
volver, sí cada vez, es Troya.
De nada sirvió cada poema parido,
los libros, me siguen viendo como un fracaso,
el dinero de tacones,
de tacones del dinero,
yo que lo perdí todo por la vida,
cómo emprenderán que cada noche no hay sonrisa
que dibuje la sábana
que no sea en tres viernes, porque mis hijos nacieron en viernes,
en septiembre, en febrero y en junio.
Tal vez una presiente la derrota,
cuando los tendones de Aquiles
están perforados por piercing de estaño,
la voz se desgasta, de ser alba
y aquí sólo me tasen en bolsa.
La cuarentona que trabaja en un supermercado de coltán.
Quisiera que supieras que no hay mayor fortuna
que la espiritualidad interna,
que los bosques no tienen dueño.
Y que un coche, o un anillo de quilates,
no son más que piedras de río.
Volveré siempre.
Por mucho que soporte, volveré.
Me duelen las vértebras.
Y los dedos de señalar el alma.
sólo implica la docilidad
ante el viento de la adversidad,
la poderosa rama de agujas
que trenzada quita la sed abanica
y trasporta cada uno de nuestras soledades
por este mar, de conchas gusanos
ola a cada golpe de estructura, picada arena
que me canta la esperanza que nunca se pierde.
Soy madre de estas muchachas lunas
que guardan pocos recuerdos metidos en una caja,
volver, sí cada vez, es Troya.
De nada sirvió cada poema parido,
los libros, me siguen viendo como un fracaso,
el dinero de tacones,
de tacones del dinero,
yo que lo perdí todo por la vida,
cómo emprenderán que cada noche no hay sonrisa
que dibuje la sábana
que no sea en tres viernes, porque mis hijos nacieron en viernes,
en septiembre, en febrero y en junio.
Tal vez una presiente la derrota,
cuando los tendones de Aquiles
están perforados por piercing de estaño,
la voz se desgasta, de ser alba
y aquí sólo me tasen en bolsa.
La cuarentona que trabaja en un supermercado de coltán.
Quisiera que supieras que no hay mayor fortuna
que la espiritualidad interna,
que los bosques no tienen dueño.
Y que un coche, o un anillo de quilates,
no son más que piedras de río.
Volveré siempre.
Por mucho que soporte, volveré.
Me duelen las vértebras.
Y los dedos de señalar el alma.
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