SELLOS

James la puso de cuatro patas
y la convirtió en su mesa,
dispuso sobre su columna un candil de aceite
y sus libretos, cuartillas blancas
que fueron cubriéndose
vértebra a tecla,
con la obra más bella narrada.

Tanto tiempo en esa posición
soportando la presión de la escritura
con tanta pluma y tintero pleamar,
con sólo la respiración
viento comedido
de versos orquestales,

hizo que sus miembros
se aletargaran
y en troncos metamorfosis.

La silla era una pelirroja.
El perchero una deliciosa morena,
una rubia: el reloj anclaje.

Tenía toda su casa
amueblada de mujeres,
James
escribía con sus esencias
y las hacia prisioneras
de sus sueños.

Donde se veía roble, vidrio y cordel,
había muslos, rodillas y caderas.


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