Corazón almíbar

Estas paredes no me reconocen;

son vástagos del silencio

que acontece en un lugar sin historias.


Mi corazón hierve en una sartén de hierro,

mientras en el refrigerador se conserva

la última lata de mi alegría.

Dorado pedazo que, de tu pecho,

fue arrancado como el fruto de la tierra

de su árbol, y que frito se ahoga en su aceite.


Cocinar tu propia víscera

tiene sus entresijos:

ya no recuerdas el número del teléfono de la vida, 

y te tricotas el pecho con tal maña

que parece un arte culinario

preparado para albergar 

un nido de golondrinas.


Nadie debe notar que no tienes corazón,

aquel que un día fue el menú 

de un banquete de boda.


La taquicardia no existe,

ni el amago de infarto.

Las piedras sienten más que tus costillas.

Y tú quisieras ser 

un día de sol en sus manos.


Pero solo soy un cuerpo que observa

cómo devoran en la madrugada 

el corazón que nace de nuevo.

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