Goma quemada

Esta tarde un garage de mi barrio 

ha sido la escena de un cumpleaños:

sillas plegables y globos depresivos 

con el ágape de un surtido de dulces 

y la Cocacola como el escolta 

de un relicario de sueños.


El hormigón no abarataba la algarabía 

ni la falta de intimidad, 

que supone exhibir la cochera 

a la curiosidad transeúnte,

con la música de volumen parco.


Los fumadores, enredaderas de patata,

disipando los malos humos 

en las aceras con conversaciones 

más falsas que una lentilla azul.

(Un marco de lo que hemos evolucionado 

hacia la nada del ahorro).


Los niños representan a los actores 

y los padres, a los directores de una vida,

en el cortometraje lanzallamas 

de que lo importante es el recuerdo.


Bicicletas y cajas de herramientas 

boquiabiertas al festín de los que 

aprovechan de la palabra hasta el tallo.


Los niños y las niñas salieron a jugar.


Nadie compite por los salones de vidrio,

una mesa apostólica,

dueña de una pretensión, 

de la paz devorada por los petardos 

que airosos troquelaron el chisme 

entre los neumáticos 

de una barricada "festilenta".


Foto de mi hija Luisa.




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