Zócalo de Tarifa

"Hemos aprendido a amar 

como manda la banda inglesa".

Hemos aprendido a amarnos

con la eficacia de que el uno nada sabe 

del otro,

con la permisividad

del corte geométrico al pan 

y poner la taza sin el posavasos sueco.

Sí, es la mejor opción

a la querencia ¿no te parece?,

esta estima de perro a gatas,

de botón explícito para el ojal boquiabierto.

La telaraña que abraza el mueble.

El diccionario de turco para el piloto de aviones.

Hemos aprendido

la gramática del silencio

con sus vados y curvas.

Nosotros que fuimos el zapato en la cabeza,

el estómago por mochila.

Y te quiero mejor con la voluntad

de saber que no sólo existes en mis divagaciones

porque has cruzado el océano de Drácula 

por una llave

y yo he sofocado tu infierno

con una sonrisa mata-demonios.

Hemos aprendido y eso, te prometo,

es la primera lección de vida:

dejar que cada uno siga su trayectoria

con la seguridad del paracaídas

y la etimología de la belleza

que jamás conocimos.

Y tal vez, el amor que se desprende

igual que una nave de su cohete volador;

el que se aleja 

con la prontitud de un sol 

que vira sin darnos fe de erratas

sea el más puro y cigarra.







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