Viuda negra

Con cincuenta y dos ya no crees en el Papa Noel de la poesía.

Te miras la tensión

con un aparato circunspecto

y notas como el flujo del poema 

produce la indeterminada arritmia.

Observas el mundo desde tu camastro 

y te das atracones de chocolate 

y dulces, mientras lees a Plath 

y a otras poetas muertas.

Te das cuenta que la fibromialgia de tus comadres

las rompe por dentro 

e intentas comprender su yugo 

de guirnaldas con cristales y chinchetas.

Con más de media década, una sabe que por salir 

en una foto con una estrella mediática

no hay más helio en tus intestinos.

Yo he visto la poesía en un cuerpo metido en un féretro.

En la pescadería de mi barrio 

en el acto sagrado de colocar los arenques

con las sardinas en hileras asonantes.

Leer me seduce. Y escribir, cada vez, me da más miedo.

Con esta edad, de mujer madura y fetichista,

sabes que los bolos adolecen

y que dar la píldora en esta endogamia

nos hace malvivir en una pecera.

Fuimos las veinteañeras preñadas.

Las que íbamos con nuestros panes 

a sacar miga de cualquier ilusión editora.

Las treintañeras de las revoluciones.

Porque sí, nosotras chillamos 

aunque se haya extinguido la voz 

en un tatuaje de Snoopy.

Las cuarentenas que tienen hijos-palmeras que no entienden de sonetos 

y que, a pesar de su elasticidad

viven con mucha pantalla y poca página.

He vivido más de lo que me queda.

Y brindo por los libros que me quedan por leer.


No pongas más colágeno al poema.

Qué así es la rosa.

Y yo ya tengo la edad de las viudas negras.


Lluïsa Lladó 


(Imagen de Internet).



Comentarios

  1. Bueno, ahora que tienes propias, voz y visión, en y del mundo, es cuando creo que debes aspirar al Poema. Al que trascienda hasta tu biografía y tenga vocación de universalidad atemporal. Sin miedo, Lluïsa.

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