Revive
El cuerpo se agrieta en una fragua
candor que abraza a los hijos de la memoria.
Cuando era niña, las niñas de mi clase y yo,
queríamos ser azafatas o modelos.
No importaba mucho el alcance científico
ni que las matemáticas no fueran nuestro fuerte.
La baza que auguraba el éxito
era el punto de arroz y el arroz en su punto.
Sonreír siempre a pesar de los piojos,
del ayuno para salvar a los pueblos desconocidos
con huchas esmaltadas.
Éramos las niñas de la revolución
de modales selectos
que caminábamos pegadas por los pasillos
para sostener al papel encolado.
Esa habitación sin ventanas.
Y la necesidad perpetua de hacer el bien
hasta en la calle. Ayudando a cruzar
las hormigas sin móviles
ni alcatraces.
Cuando crecimos nos disipamos
como monedas lanzadas en una fuente.
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