Otoñocalamidades.

No puedo pintar de azul las paredes

de mis poemas.

Ni abrir las persianas

para que otro amor

llegue con el castaño y la hoja lima.

Si la última esperanza 007

ha emprendido su misión más arriesgada

y los villanos hacen hogueras

con aparentes causas.

Antes nos curtíamos con ideales,

leíamos libros en camas de muelles y pensábamos

que un teléfono

no podía volar. Las velas

iluminaban los cristales octubrinos

y un tufo de parafina convulsa

pululaba por las escaleras;

era un mundo de vaquerías cerca de la casa,

de platos con setas,

de amores adúlteros de carne.

Ahora con la red social

la vida presenta la eterna sintomatología del Covid:

Se fornica con los píxeles de la distancia.

Nada huele (hipoxemia) con el deterioro

del sentido del buen gusto y el fin

de la asfiXia.

 




 

 


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