Sopor de cabra.

Esta escarlatina de verano.
Que con sus tentáculos
aprieta el corazón a rodajas.
Asfixiante latido de todo aquello que se cruza
como un alambre en tu lengua.
Bífida de callar a lo inoportuno y
lamer de la humanidad con gracia la fécula 

 ahumada en los portales.
En un coche el perro
salpicado de brea en su hálito
con el metal brasa y las ventanillas,
mudas al aire de la misericordia.
Sus ladridos no se oyen, el ruido de la calle
los consume en un huir de vaivenes.
Sé que significa que nadie te escuche
y aprender a hablar con uno mismo. 

El parto epitelial de la culebra.
La tiniebla en la pupila.
El contemplar la desnudez amante
que ahora se camufla en una fachada.
Para fingir que no nos hemos visto.
Nudos de tráquea.
Malabar que desconoce el dispositivo de salida. 

Sarpullido de lona. Calor emperatriz
de manos suplicantes. 

Menos mal que existe la poesía 
que te cuaja y te acaricia el pelo.
Porque crees en la bondad
del que mira con el pico del pájaro.

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